LA AFICIÓN DE FRANK SINATRA POR EL FAMOSO WHISKY DE TENNESSEE.

23.11.2015 14:23

Frank Sinatra no estaba tan interesado en la comida como en la bebida. Especialmente en un tipo de bebida. Digamos que Frank Sinatra y Jack Daniel's eran la misma persona. Es conocido que la promoción que hacía de ese whisky animó a los propietarios de la marca a regalarle un acre de tierra en Lynchburg, la sede histórica de la popular destilería. Espero que entre los lectores haya algún bebedor de Jack Daniel's, pero para los que no estén familiarizados con la etiqueta y les pique la curiosidad les diré que este característico brebaje cobrizo que ha hecho famoso a Tennessee tiene un sabor y aroma únicos, procedentes de su filtrado en carbón de arce sacarino.No es bourbon, no se confundan, por mucho que el destilado lo sugiera. Es Jack Daniel's Old No.7 Brand Quality Tennessee Sour Mash Whiskey, el enunciado kilométrico que consta en la botella. Hay quienes sostienen que siete era el número de las novias que tenía el fundador de la firma, Jasper Newton Daniel, en el momento de su muerte en 1911. También podría deberse a que es el número de la suerte, pero eso resulta algo más difícil de aceptar si tenemos en cuenta la infortunada forma de morir que tuvo Daniel, a causa de una infección en el dedo gordo del pie como consecuencia de haberle propinado más patadas de la cuenta a una caja fuerte que no podía abrir al haberse olvidado del número de la combinación. Cabe preguntarse, no obstante, cuánto hay de infortunado y cuánto de estúpido en esa manera de irse al otro barrio.

El caso es que a Sinatra le gustaba el Old No.7 más que a un tonto un globo. También a Jim Morrison, el legendario cantante de los «Doors», que lo bebía como si se fuese a dejar de fabricar. Pero la de Sinatra era una identificación especial con la firma de Tennessee. No solamente trasegaba el viejo whiskey, sino que animaba a hacerlo a todos los que le rodeaban y al resto del mundo. Sammy Davis, su compañero del Rat Pack, el más perfecto grupo de crápulas que ha dado la historia, lo bebía para complacerle. Dean Martin, en cambio, prefería el Martini. Más que Dino Martino, era Dino Martini. Hasta que Pepe Ruiz, el camarero del Chasen's, un restaurante de Beverly Hills, cautivó su paladar inquieto con el Flame of Love, un combinado inenarrable que excuso narrarles.

El periodista Javier Márquez recrea en Rat Pack. Viviendo a su manera la visita que Sinatra le hizo al médico, tras un examen general. «¿Cuánto bebe usted?», fue la pregunta del doctor. «Unos treinta y seis tragos al día », dijo la Voz. El médico trató de guardar la compostura y volvió sobre sus pasos. «No, en serio, señor Sinatra. ¿Cuánto bebe usted?». La misma respuesta: «Treinta y seis tragos, que equivalen a una botella diaria de Jack Daniel's». Sin salir de su asombro, el facultativo se interesó inmediatamente por su salud: «¿Y cómo se siente cada mañana?». A lo que el cantante y actor respondió: «No sé. Nunca me levanto por las mañanas. Y no creo que usted sea el médico adecuado para mí». Sinatra, como es lógico, siguió bebiendo. Hasta el punto de que en la década de los ochenta Jack Daniel's figuraba en el primer lugar de la lista de brebajes que exigía en su camerino antes de las actuaciones, junto con Chivas Regal, Vodka Absolut, ginebra Beefeater y coñac Courvoisier. Para comer resultaba mucho más sencillo complacerle: se conformaba con un par de sandwiches de huevo y unas latas de sopa de pollo y arroz, de la casa Campbell.

Tampoco se puede decir, sin llegar a competir con el whiskey, que la comida no tuviese interés para él. No desdeñaba los platos tradicionales caseros italianos y, sin embargo, podría haberse arrepentido toda la vida de haberse sentado a la mesa de Giuseppe Genco Russo para compartir aquel menú de la madre patria el día en que el sucesor de Calogero Vizini en la Cosa Nostra lo invitó a Agrigento, después de plantarlo en Palermo. Sinatra, que siempre mantuvo sólidos vínculos con la mafia, acudía a Sicilia como enviado de las familias de Nueva York para resolver algunos de los asuntos de negocios pendientes tras la muerte de Lucky Luciano. Era la década de los sesenta y la historia no ha dejado de circular desde entonces. Para el padrino siciliano, no era el intérprete aclamado de Strangers in the night, sino un speranzaritu (paisano huido al extranjero), nadie, en último caso, como para decirles a los que permanecían en el Viejo Continente cómo se debían hacer las cosas.

Ese día, los convidados necesitaron reposar durante horas la copiosa comida, que se prolongó hasta avanzadas horas de la tarde. A Sinatra, cuya misión era actuar de intermediario ante las desavenencias entre mafiosos americanos y sicilianos, simplemente le sentó mal el almuerzo y decidió volver de inmediato, primero a Palermo y acto seguido a Manhattan. Antes, había escuchado de boca del viejo Don que lo que tenían que hacer los italoamericanos para opinar sobre el negocio en Sicilia era irse a vivir allí. Jacques Kermoal cuenta que la comida entre los capos de Caltanisetta-Mazzarino-Agrigento y Sinatra, en octubre de 1963, fue realmente copiosa y seguramente algo indigesta no sólo por razones criminales: pasta con garbanzos, bollito misto (similar a nuestro cocido), pierna de cordero con salsa de anchoas, fondos de alcachofas con espinacas, membrillos al horno y flan de castañas. Todo ello regado con vinos de tinto de Mussomeli, grappa, Albanello y Moscato.

Quienes hayan probado alguna vez el vino de Mussomeli no tendrán que culpar a Sinatra por haber pedido nada más llegar al hotel Sole de Palermo una botella ya saben de qué tipo de whisky y, tras lo sucedido, de encomendarse, al mismo tiempo, al siete como número de la suerte.